Kaliningrado, tercera ciudad que acoge un partido de la selección española de fútbol
Amplias avenidas llenas de pósteres de propaganda, múltiples uniformes militares a la vista y un nombre de época estalinista… Kaliningrado proyecta una imagen inequívocamente rusa, o más exactamente, soviética. Pero su catedral gótica, sus calles adoquinadas y los vestigios de arquitectura modernista alemana que asoman entre los bloques de hormigón de la época comunista cuentan una historia distinta.
Una de las curiosidades geopolíticas más recientes del actual mapa de Europa, Kaliningrado, es un pequeño pedazo de Rusia dentro de la Unión Europea, resultado de la victoria soviética en la II Guerra Mundial y del colapso de la URSS 45 años después. Muchos siglos antes de aquello había sido la provincia alemana de Prusia Oriental, colonizada en el s. XII por los caballeros de la Orden Teutónica, que construyeron la ciudad y la llamaron Königsberg (“monte del rey”) en honor al rey Ottokar II de Bohemia, quien les había ayudado en la conquista. Los habitantes bálticos originarios –los prusios– se germanizaron a lo largo de los siglos, conservando poco más que el nombre de su región, hoy obsoleto. En 1946 la ciudad fue rebautizada con el nombre de uno de los secuaces de Stalin, Mijaíl Kalinin.
Si el viajero visita esta ciudad porque le fascina la historia política, que lo haga el 9 de mayo, cuando –junto con el resto de Rusia– se celebra la victoria en la II Guerra Mundial con un gran desfile por la avenida Leninsky. Kaliningrado es la principal base militar rusa en el Báltico y la sede de la flota báltica, y muchos lugareños descienden de familias militares. La impresionante escena, que se contempla mejor desde el pedestal del monumento Madre Rusia (que conmemora la inclusión de Prusia Oriental en la Federación Rusa en 1946), habría sido difícil de imaginar en 1933, cuando Hitler fue recibido por las autoridades de la ciudad con una pomposa celebración en el mismo lugar por donde hoy Rusia despliega todo su poder militar. Aquel día dos comunistas locales intentaron atentar contra él, pero fueron traicionados.
Hasta que los nazis precipitaron su caída, Königsberg solo tenía como rival a Praga en cuanto a belleza arquitectónica gótica y modernista; pero la mayoría de aquellos grandes edificios desaparecieron con los bombardeos británicos y con el último foco de resistencia ante el avance de las tropas soviéticas en 1944. Toda la población alemana de la región fue deportada a Alemania y sustituida por gente que hablaba ruso y que reconstruyó la ciudad entera al estilo soviético, anodino y funcional.
Pero el antiguo legado alemán brilla entre lo soviético. Al entrar en los barrios residenciales de Amalienau y Maraunenhof, el asfalto da paso a los adoquines, las casas se vuelven más pintorescas e incluso los árboles se ven más cuidados que los del centro de la ciudad. Estas zonas, que no se vieron dañadas por la guerra, se conservan casi igual que estaban a comienzos del s. XX, aunque con residentes distintos. Si se ha viajado a Alemania, es fácil imaginar tranvías, tiendas y cervecerías alemanas al aire libre en la escena.
En el resto de la ciudad, las antiguas fortalezas restauradas de forma parcial recuerdan a la época en la cual la ciudad estaba bajo el dominio de los caballeros que crearon el estado monástico de la Orden Teutónica, imponiendo el cristianismo y la lengua alemana a las tribus bálticas locales a fuego y espada.
Tanto a nivel personal como gubernamental, los lugareños ya no esconden el pasado no ruso de su región. La catedral de la ciudad, del s. XII, en ruinas durante 50 años, fue objeto de una cuidadosa reconstrucción con fondos alemanes. La tumba original del residente más famoso de la ciudad, el filósofo Immanuel Kant, se halla en la esquina exterior noroeste de la catedral.
Kant es una figura de culto en Kaliningrado; la universidad local lleva su nombre y “Kantgrad” fue una opción firme cuando, en los años noventa, las autoridades locales se plantearon sustituir el nombre comunista de la ciudad. La narrativa cultural y propagandística local está tan saturada de Kant que este incluso se ha convertido en un objeto de contracultura ridícula: hay quien no deja de pintar “Kant – lokh” (“Kant es gilipollas”) en las ruinas del hogar ancestral del prominente filósofo.
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Otro rasgo que da un aire berlinesco a la ciudad es la red de canales y esclusas peatonales próximos a la catedral. Frente a esta última se halla un reciente añadido: la colección de edificios con aspecto vagamente hanseático conocida como Pueblo de Pescadores. Aquí se encuentran algunos de los mejores restaurantes y hoteles de la ciudad. Una cafetería recomendable es Magiya Kofe (ul Oktyabrskaya 4), que sirve una de las mejores cervezas y algunos de los mejores postres a este lado del mar Báltico.
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En el centro de la ciudad, Tyotka Fischer (ul Shevchenko 11а) sirve los típicos platos alemanes, como una amplia variedad de salchichas y una antigua exquisitez local, las Königsberger Klopse (albóndigas de carne en salsa cremosa con anchoas). Las raciones son muy ‘alemanas’ –con una come una familia de tres personas– y también se sirve cerveza Fischer de barril, nada cara.
Cómo llegar a Kaliningrado
Kaliningrado es más fácil de visitar que el resto de Rusia, ya que se tramitan visados de 72 h en el aeropuerto internacional de Khrabrovo y en los dos puntos de control de la frontera con Polonia.