18 de septiembre de año 53 de nuestra era. Siete kilómetros al norte de la actual Sevilla nace Marco Ulpio Trajano. Ese niño, 45 años después, sería nombrado emperador de Roma. El primero nacido fuera de la península italiana, el primero de origen hispano. Aunque sólo fuera por ser cuna de uno de los mejores emperadores romanos, las ruinas de Itálica ya merecerían una visita. Pero si añadimos que su anfiteatro podía albergar hasta 25.000 espectadores, la mitad que el Coliseo de Roma, pasear por esta antigua ciudad romana se convierte casi en obligación.
El anfiteatro es, precisamente, lo primero que se encuentra el visitante al entrar en Itálica. El expolio sufrido durante siglos, en los que la cantería romana era muy apreciada para construir cualquier otra edificación, hace que sólo se conserven dos de sus tres niveles de graderíos, suficientes para imaginar cómo debió ser en su momento. Aunque los estudios apuntan a que quizá nunca fue completado. Bajo el óvalo de arena permanece la "fossa bestiaria", el sótano que albergaba el material necesario para los espectáculos, muchos de ellos sangrientos, y las jaulas de animales que se elevaban a la pista para entretenimiento de unos y tormento de otros.
Paseo por las ruinas con Santiago Posteguillo, nombre clave en la novela histórica, autor de la trilogía sobre Escipión el Africano y que acaba de publicar Circo Máximo, la segunda obra de una nueva trilogía, esta vez sobre Trajano. Él me recuerda que este anfiteatro fue uno de los mayores del imperio romano y menciona un viejo axioma: "lo que hacían los romanos no se caía". Si no fuera por el expolio, todo habría llegado íntegro hasta nuestros días.
En Itálica podemos pasear por las calles de la antigua ciudad, dejando a un lado y a otro los restos de las antiguas mansiones. En el suelo de algunas de ellas vemos aún los mosaicos que servían de pavimento: el mosaico de los pájaros, el de Neptuno o el del Planetario, con los siete dioses asociados a los astros que regían el Universo para los romanos. Pueden verse también, en los cruces de las calles, las alcantarillas que canalizaban las aguas residuales. Fuera del recinto se encuentra, entro otros restos, el teatro de la antigua ciudad.
La entrada a las ruinas es gratuita para todos los ciudadanos de la Unión Europea. El otoño es un buen momento para visitarlas, dejando atrás los rigores del calor estival sevillano. De todas formas, no estáde más evitar las horas centrales del día si el termómetro se muestra cálido. Un buen número de árboles ofrecen una sombra agradable, pero gran parte del paseo, de unas dos horas como mínimo, discurre a pleno sol como corresponde a unas ruinas.
Sorprende ver, en la parte alta de las ruinas, el cementerio de Santiponce, el municipio sevillano sobre el que se asienta Itálica. El director del recinto arqueológico me confirma que bajo las tumbas actuales se sabe que hay restos de edificios sagrados de la antigua Itálica y que el camino por el que se accede al camposanto pasa sobre termas romanas. Porque, además de las 52 hectáreas del recinto arqueológico, la antigua Itálica se extiende por debajo del actual Santiponce. Lo que comenzócomo un destacamento de legionarios terminósiendo la cuna de tres emperadores.
Más información: http://www.museosdeandalucia.es/culturaydeporte/museos/CAI/
Texto y fotos: Marino Holgado