En las mañanas otoñales de nieblas bajas, un pequeño pueblo de la región de Midi-Pyrénées sobresale por encima de la neblina. Encaramado sobre un promontorio rocoso, Cordes parece flotar sobre las nubes.
Por eso, a un periodista y poeta se le ocurrió en 1947 el apelativo de "sur Ciel". El pueblo, por encima de esa alfombra de niebla, parece estar sobre el cielo. En 1993 se añadió oficialmente ese apellido al nombre. Nacía así Cordes-sur-Ciel. Sólo por esto, ya vale la pena visitar esta villa del departamento de Tarn, en el sur de Francia.
Varias puertas permiten atravesar las cuatro murallas que protegen esta villa medieval. Varias puertas y un par de buenas piernas. Como buen bastión defensivo, Cordes-sur-Ciel se construyó sobre una colina y sus empedradas calles suben y bajan sin piedad para el visitante. El punto más bajo del pueblo está a 159 metros de altitud. El más alto, a 320. Y, aunque puede aparcarse el coche casi en lo más alto, para contemplar las fachadas góticas de sus mansiones, la torre de su iglesia, la plaza del mercado y las callejuelas con aire del medievo, habrá que patear los adoquines.
Cordes-sur-Ciel es una "bastide", una villa amurallada construida a partir de 1222 por el conde Raymond VII de Toulouse. Aquí encontraron refugio las familias que se habían quedado sin hogar en las guerras de religión en el sur de Francia contra los cátaros, la corriente cristiana perseguida hasta la eliminación inquisitorial por parte de la iglesia católica. En un pozo llegaron a arrojar aquí a tres inquisidores en 1233. Puede ser el que se encuentra bajo el recinto cubierto de la plaza del mercado, en lo alto de la villa. Una moneda de 50 céntimos activa la iluminación del pozo para apreciar sus 113 metros de profundidad.
Cordes-sur-Ciel adquirió pujanza económica gracias al comercio de paños, sedas y pieles. Y los enriquecidos mercaderes construyeron mansiones en los siglos XIII y XIV con espectaculares fachadas góticas. En las casas de la villa pueden verse símbolos del gremio al que pertenecía su morador, gárgolas, altorrelieves y todo tipo de símbolos que hace volar la imaginación de los apasionados de las leyendas. Durante la Segunda Guerra Mundial fue un tranquilo refugio por el que se dejaron caer importantes artistas y a partir de ahí se redescubrió y valoró el centro histórico de Cordes.
Ahora, Cordes-sur-Ciel ofrece un agradable paseo por sus callejuelas, entre mansiones con siglos de historia pero que, lamentablemente, no pueden visitarse. Sí sus tiendas de productos del terruño, su Museo del Chocolate y el Azúcar o su iglesia de San Miguel, si la encuentras abierta. El verano, con el buen tiempo, es la época de esplendor y julio el mes en que la villa es escenario de varios festivales.
La televisión France 2 nombra cada año el pueblo más bonito de Francia. O, al menos, el preferido por los franceses que siguen el programa. Cordes-sur-Ciel es el vigente ganador, tras se elegido en la última edición, la de 2014. En los tres años que lleva el programa, la región de Midi-Pyrénées ya ha colocado dos de sus villas en lo más alto de esa clasificación. Y es que en toda la zona son unos cuantos los pueblos que, cuando baja la niebla en otoño, parecen salidos del cielo.
Texto y fotos: Marino Holgado
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