Túnez es el país más pequeño del norte de África. Sin embargo, tiene un dinamismo cultural impresionante con influencias indígenas bereberes, judías, romanas, islámicas y francesas en monumentos como sus medinas, yacimientos de la Antigüedad, centros vacacionales costeros, islas frente a la costa y sus pintorescos oasis desérticos. La infraestructura sólida de las carreteras y el ferrocarril hace que sea de fácil acceso.
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✩ Las mejores aventuras en el desierto y en la costa
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Experimentar el despertar de un cambio cultural
Túnez vive un momento fascinante, suspendido entre un pasado de ruinas romanas, antiguos balnearios y una autocracia ya superada, y un futuro de posibilidades abierto tras la Primavera Árabe de 2011. Esta transformación dio impulso a una nueva generación de emprendedores y creadores que reimaginan el país a través de su herencia árabe, africana y europea, su gastronomía mestiza, sus artes tradicionales y su vibrante escena musical.
Hoy, el país vibra con una energía renovada: en 2024 recibió más de diez millones de visitantes, atraídos por sus playas de arena dorada, el aroma del jazmín y su hospitalidad mediterránea. Pero más allá del litoral, Túnez ofrece una asombrosa variedad de paisajes —desde medinas históricas y viñedos hasta montañas bereberes y las infinitas dunas del Sáhara— que pueden ocupar semanas de viaje. La capital es tranquila, multiétnica y moderna, mientras que la costa está repleta de medinas con carácter propio. Alrededor de las medinas se pueden ver flamencos rosas, bosques de robles y pinos y llanuras doradas cubiertas de olivos y viñedos donde se pueden probar vinos aromáticos. Hacia el sur, las montañas erosionadas albergan aldeas bereberes, muchas de ellas escenarios de películas de Hollywood. No podrás olvidar la inmensidad de las dunas del Sáhara, que desaparecen en las profundidades de África por la frontera sur.
Yacimiento arqueológico de Cartago, Túnez ©Travel-Fr/Shutterstock
Deleitarse ante la curiosa mezcla de lo antiguo y lo nuevo
Una vez en Túnez, hay que visitar la histórica mansión de Dar Ben Gacem, escondida en la medina del s. VII y declarada Patrimonio Mundial de la Unesco. Después de explorar el laberinto de zocos, donde los artesanos todavía confeccionan a mano los fez rojos y tejen con telares manuales, se pueden visitar las ruinas de Cartago, antigua rival de Roma, y el Museo del Bardo, ubicado en un espléndido palacio construido por los hafsíes y ampliado por los otomanos en el s. xviii. Este palacio atesora la mayor colección de mosaicos romanos del mundo. En verano, el Festival de Cartago organiza eventos en L'Acropolium, una catedral neogótico-morisca desacralizada, construida por los franceses en 1884. Por otro lado, la música suena en los clubes nocturnos al aire libre de Gammarth.
El boscoso Cap Bon, cubierto de aromáticos cipreses con vistas a Sicilia, se encuentra al este de Túnez, solo a 160 km al otro lado del mar. En el mercado de Nabeul, las aceitunas relucientes, naranjas brillantes y sardinas plateadas reflejan lo cercanas que están todas las culturas mediterráneas. Además, la famosa especia local, la harissa, es extraordinaria. Se puede comer aquí, y luego probar una copa de sirah rojo intenso en el viñedo Domaine Neferis, que perpetua una tradición vinícola de hace 2000 años. Para más espectáculo, se puede admirar la casba de cuento de El Kef, la cual se alza sobre las ruinas romanas de Dougga. Otra opción es olvidarse de todo esto y subir al Parque Nacional de Ichkeul, un bosque protegido por la Unesco que encierra los singulares lagos del norte de África donde retozan búfalos de agua.
Parque Nacional Ichkeul, ©Marisha_SL/Shutterstock
Entre increíbles resorts costeros y míticos parajes de montaña
Sin embargo, son más famosas las seductoras playas de arena que se extienden al sur de la capital, bordeadas de resorts de color blanco perla como Hammamet, donde Sophia Loren y sus amigos iban de fiesta. Se puede hacer lo mismo en lugares como La Badira, pero si se explora un poco más, se descubrirán las catacumbas cristianas y una casba del s. XI en Sousse, además de una idílica reserva natural en las islas Kerkennah. También merece la pena visitar la ciudad santa de Kairouan y el coliseo romano de El Djem. Lo más sorprendente, quizá, sea la isla de Djerba, de influencia judía, donde todavía acuden los peregrinos para celebrar el 33º día de la Pascua en El Ghriba, una de las sinagogas más antiguas del mundo.
Sin duda la costa es caótica en verano, pero en otoño e invierno, hacia el interior se pueden visitar los pueblos trogloditas de los montes Dahar –un paisaje tan etéreo que aquí se filmaron las escenas de Tatooine (llamado así por la ciudad tunecina de Tataouine) de La guerra de las galaxias– o aventurarse hasta los oasis de Tozeur y Douz. Desde allí, las aventuras por el desierto recorren el cambiante mar de arena del Grand Erg Oriental y las brillantes salinas de Chott el Jerid, donde los festivales de diciembre dan vida a los oasis con cuentacuentos, música tradicional y carreras de camellos.
El Djem, Mahdia, Túnez, ©Kadagan/Shutterstock
No te vayas sin…
Reservar una jornada gastronómica inmersiva en Sawa Taste of Tunisia para tomar clases de cocina, visitar el mercado y hacer degustaciones de temporada. Con patrimonio norteafricano y siciliano, Lamia Temimi es una guía fabulosa en la cocina de fusión tunecina, que mezcla influencias árabes, africanas, mediterráneas y judías. El circuito de cuatro días Foundouks & Souqs of Tunis es ideal para comenzar.