Regreso a Nepal tras el terremoto del 2015 y subir al Campo Base del Everest
Cuando se está demasiado emocionado no caben las preocupaciones. Así que la idea de aterrizar al este de Nepal, en la pequeña pista en pendiente del aeropuerto de Lukla, uno de los más peligrosos del mundo, no hace mella en el ánimo del viajero que comienza su ruta hacia el Everest.
Mientras nuestro pequeño avión Dornier avanza entre los picos, pego la nariz a la ventanilla, buscando la silueta de la montaña más alta del mundo. Minutos después, cuando el Dornier se detiene sobre el asfalto, me encuentro con Bishal, el guía y porteador de 24 años cuya misión es conducirme al Campo Base del Everest, el destino senderista más famoso de Nepal. En realidad, es difícil perderse por un camino tan trillado, pero al contar con un guía o porteador local se contribuye directamente a la economía de la zona, y también se consigue que la ruta sea un poco más agradable porque al ir acumulando altitud, cada gramo del equipaje pesa más.
Empezamos la ruta con suavidad. El primer tramo a Phakding es casi todo cuesta abajo, por un sendero que serpentea entre enormes rocas con mantras budistas tibetanos. El segundo día, en el tramo a Namche Bazaar –un anfiteatro de casas con vistas a un bosque de imponentes picos– es cuando la ruta empieza de verdad.
Tramo Phakding a Namche Bazaar, Nepal © Boyko Blagoev - www.flickr.com/photos/boykoblagoev/17288878431
Para llegar la única población como tal de la región de Solukhumbu hay que superar una despiadada subida por un acantilado casi vertical a través de un puente colgante altísimo y tambaleante. Es un alivio saber que lo que se gana en altura obliga a pasar el resto del día descansando en Namche para adaptarse a la altitud.
A pesar de los primeros indicios, Namche Bazaar se salvó de lo peor de los terremotos del 2015, aunque hubo muchas víctimas en el tramo superior de la ruta, en el Campo Base. Todavía hay gente trabajando para reconstruir las cubiertas dañadas de las ruedas de plegarias. La situación fue mucho peor en Thame, a medio día andando valle arriba, donde muchas casas quedaron dañadas o fueron destruidas.
Decido pasar mi día de aclimatación yendo a Thame por un sendero que cruza un apacible bosque de pinos y rododendros, para ver por mi cuenta en qué estado se halla. De vez en cuando tengo que salir del camino a toda prisa para que las manadas de yaks, que trotan despacio hacia el mercado del sábado de Namche, no me empujen hacia las aguas gélidas.
Al llegar voy a la Tibet House a buscar a la esposa del sherpa Ang, que ha coronado 10 veces la cima del Everest, y me cuenta que el negocio va tirando. “Ya se han reconstruido casi todos los lodges, y hay un montón de excursionistas que pasan por aquí en la ruta de los Tres Pasos; no tantos como antes del terremoto, pero estamos esperanzados”.
Continuando el ascenso desde Namche, los días adquieren un ritmo regular: salimos temprano y paramos a menudo en teterías por el camino. Cada caminata se acompaña del tintineo de los cencerros de los yaks, el aroma de los pinos, el olor a excremento de yak y las vistas espectaculares. Por encima de Namche vemos, por primera vez, el Everest, asomándose entre otros imponentes colosos como el Cholatse, el Nuptse y el Khumbutse.
Yak, Nepal © travelwayoflife - www.flickr.com/photos/travelwayoflife/8052522211
El tiempo empeora a medida que subimos hacia Tengboche; una neblina fría oscurece los pinos. El monasterio y los lodges de esta zona sufrieron graves daños a causa del terremoto, y el lugar, gris e inquietante, parece un pueblo fantasma. Seguimos hacia el pequeño Debuche, donde el acogedor Rivendell Lodge tiene una atractiva oferta de mantas eléctricas y comida caliente.
La reconstrucción está en marcha lo largo del camino. Todas las aldeas por las que pasamos han reparado sus lodges, e incluso construyen algunos nuevos. Los porteadores que cargan puertas, tablones, bloques de piedra y enormes balas de heno son ahora una imagen muy común en las escarpadas laderas del Taboche y el Ama Dablam.
A medida que ganamos altitud, el estilo de vida se vuelve más básico. A partir de Dingboche ya no hay duchas; pero es que no apetece nada quitarse las múltiples capas que llevamos cuando el mercurio del termómetro desciende vertiginosamente. Al caer la noche, me reúno con mis compañeros alrededor de la estufa de excrementos de yak para calentarme.
Tras otro día de aclimatación en Dingboche, parto rumbo a Chukkung, en un yermo valle rocoso entre el Ama Dablam y el Lhotse. El camino pasa por un solitario cipo dedicado a Jerzy Kukuczka, un fenomenal escalador polaco que murió en la cara sur del Lhotse; recordatorio de todas las vidas perdidas en estas montañas durante los 67 años transcurridos desde que Nepal se abrió al turismo.
Dughla, Nepal © Fahad Mohammed / 500px
Es el primero de muchos cipos. En lo alto del paso entre el Dughla y el Lobuche me desplazo ante una maraña de banderitas de oración y un auténtico cementerio de túmulos y cipos. Uno de ellos está dedicado a Scott Fisher, el veterano guía de montaña desaparecido en el desastre del Everest de 1996, y cerca de este se halla un túmulo en memoria de Eve Girawong, una de las 18 víctimas de la avalancha que golpeó el Campo Base durante el terremoto del 2015.
Finalmente llegamos a Gorak Shep, la última aldea permanente de la ruta, desde donde un sendero estrecho serpentea entre la morrena hacia el Campo Base del Everest. Es un agotador recorrido de dos horas hasta el destartalado ‘pueblo’ de tiendas de acampada amarillas y naranjas plantadas en el glaciar Khumbu. La cima del Everest queda oculta tras la cascada de hielo Khumbu –para verla bien hay que subir al Kala Pattar, de 5643 m–, pero la sensación de estar tan cerca de la meca del montañismo lo impregna todo.
Pisar el mismo suelo que hollaron Reinhold Messner, Tenzing y Hillary, Alison Hargreaves y otros alpinistas memorables es una sensación espectacular. Los montañeros han vuelto con fuerza este año: según The Himalayan Times, 289 alpinistas apuntan a la cima del Everest en el 2016, casi la misma cifra que en el 2014, el año anterior al terremoto.
Pero para muchos lugareños el negocio va lento. “La temporada pasada estuvimos prácticamente cerrados”, se lamenta el sherpa Kami Diki, propietario del Yak Resort en Gorak Shep. “Hubo muy pocos alpinistas. Esta primavera es mejor, pero normalmente solemos tener entre 50 y 60 huéspedes diarios hasta mayo, y ahora tenemos solo 30”.
Los habitantes de Gorak Shep y otras aldeas del camino viven del turismo. Muchos lugareños migran a esta zona para aprovechar las temporadas de alpinismo, de marzo a mayo y de noviembre a diciembre, y regresan al llano para ocuparse de sus cultivos cuando los senderistas se marchan.
Campo Base del Everest, Nepal © Chris Brown - www.flickr.com/photos/zoonabar/26367507712
La excursión de vuelta desde el Everest dura solo cuatro días, la mitad de la ida. Mientras desciendo por el valle desde Gorak Shep a Pheriche, cubro 900 m en solo cinco horas. Al llegar, paso por Himalayan Rescue Centre, un centro sin ánimo de lucro atendido por tres médicos voluntarios que tratan a senderistas y alpinistas aquejados de mal agudo de montaña (MAM).
El recepcionista, Thaneswar Bhandari, estaba en Pheriche cuando se produjo el terremoto. “Tuvimos 73 pacientes de golpe”, recuerda, “Alpinistas del Campo Base, lugareños… Trabajamos sin parar. El 80% de los edificios de Pheriche quedaron dañados, pero, por suerte, el centro médico sobrevivió”.
Los últimos tres días de la ruta –de Pheriche a Deboche, de Deboche a Namche Bazaar y de Namche Bazaar a Lukla– pasan volando. El sinuoso y empinado descenso desde Namche Bazaar carga las rodillas, y el último tramo a Lukla es un ascenso lento y agotador, pero tiene su recompensa al final: tras casi dos semanas a base de arroz y lentejas, me espera una Everest Burguer.
Sorprendentemente, el vuelo de las 6.00 de la mañana siguiente a Kathmandu no va con retraso, y sorteamos los picos nevados hasta la destartalada terminal de vuelos nacionales de la capital. Antes de dejar Kathmandu, charlo con Rajan Simkhada, propietario de Earthbound Expeditions, que organizó mi ruta, sobre los desafíos del senderismo en Nepal.
“Mucha gente todavía no sabe que nos hemos recuperado desde el terremoto”, dice con tristeza. “Piensan: Nepal es un país pobre, seguro que no tienen agua y comida para su gente, así que no habrá nada para el turismo. Pero estamos preparados para recibirles”, añade.
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