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Solo el nombre ya hace pensar en ciudades fantasma del salvaje Oeste, en desvencijados trenes de pioneros y en arbustos secos rodando por las dunas del desierto, pero el valle de la Muerte está lleno de vida. Las flores silvestres cubren las dunas con una amplia gama de colores, los amantes de la adrenalina atraviesan sus agrietadas salinas a toda velocidad y, cuando se pone el sol, la fauna del desierto sale al exterior. Vale la pena recorrer angostos cañones para ver rarezas geológicas, o asomarse a los cráteres creados por violentas explosiones prehistóricas.