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Quien recuerde Mos Eisley, puerto espacial del desierto en La guerra de las galaxias, podrá hacerse una idea exacta de cómo son las surrealistas calles de este cruce del Sahel con Maroua: bajas y marrones, como cauces de ríos secos entre achaparrados edificios de color beige, tomadas día y noche por llamativos habitantes –fulanis, chadianos, entre otros– con ropajes color azul celeste, violeta eléctrico y rojo sangre, como si se hubieran quedado con todos los colores del circundante semidesierto barrido por el sol.