48 horas en... Cabo de Gata

Cabo de Gata, Almería, Andalucía, España

Cabo de Gata, un misterio

Son unas 50.000 hectáreas de acantilados, salinas, cabos y playas naturales. Un parque natural -casi- virgen al servicio de los viajeros más intrépidos.

Comencemos con una confesión: “48 horas en Cabo de Gata no son suficientes”. Quizá tampoco 48 días. Y es que Cabo de Gata es un misterio. El viajero se adentra en sus rojizas montañas, sus sinuosas carreteras y sus playas blancas como un detective que pretende desentrañar la razón por la cual este espacio mítico es ya una leyenda.

 Las Salinas, Cabo de Gata

¿Por dónde empezar?

Cabo de Gata se forjó gracias al cine. Muchos supimos que detrás de las escarpadas faldas de la montaña por las que paseaba Clint Eastwood montado en un imponente caballo eran andaluzas. Un rincón pequeño de una enorme Andalucía de la que Cabo de Gata adopta sus mejores virtudes: la hospitalidad de los lugareños, la calidad gastronómica, el buen tiempo constante… Probablemente, el mejor paisaje por el que empezar a conocerla son sus impresionantes salinas. Situadas entre la playa de San Miguel y la playa de La Fabriquilla, esta colosal albufera donde predominan juncales y carriles tiene unos moradores de excepción: los flamencos rosas que observan diariamente los atardeceres más hermosos de la provincia. Proponemos al visitante que suba a una de las casetas que alojan unos miradores envidiables para descubrir a las aves más exóticas.

Molino Fernán Péres, Cabo de Gata 

Alojarse en un molino

Aproximadamente treinta minutos en coche separan Las Salinas de otras villas y pueblos irrepetibles: Fernán Pérez es un pequeño pueblo cercano a Las Negras. Durante el año reina la tranquilidad y apenas unas decenas de vecinos habitan el pueblo. En verano, sus calles se llenan de niños jugando a la pelota y de ancianos sentados en las puertas de sus casas disfrutando del fresco. Justo detrás del burgo se encuentra el Molino de Fernán Pérez, uno de los alojamientos más especiales de Cabo de Gata. Maise es la anfitriona de este refugio tranquilo y hogareño, una cortijada típica de la comarca de Níjar. En la década de los setenta dejó de utilizarse como molino pero hoy en día sigue formando parte del patrimonio etnográfico del lugar.

Toni Brugger propietaro del Cactus Níjar en Cabo de Gata 

El vivero más conocido de Cabo de Gata

En cualquier rincón de Cabo de Gata nos topamos con cactus y suculentas. Una de las excursiones que ofrece este paraje es el impresionante vivero Cactus Níjar, especializado en plantas del desierto: cactus, plantas grasas, palmeras y plantas acuáticas. Este jardín botánico cuenta, además, con unas esculturas en piedras –inspiradas en el desierto–, obra de la escultora alemana Anne Kampschulte.

Atarceder en el Bar de Jo en Cabo de Gata 

El bar de Jo

Este es un sitio inclasificable ubicado en Los Escullos. Su dueño, Jo Bell, es un francés que llegó a Cabo de Gata a principios de los años noventa y residió en el costero pueblo de San José. Llegar al Bar de Jo no es sencillo, hay que preguntar a los lugareños y seguir detenidamente las pocas instrucciones que constan. Haimas, chumberas, una bañera, camas, bidones, telas étnicas y bohemias... la decoración del Jo es única. El rock en directo es la banda sonora que acompaña a los muchos moteros que deambulan por el lugar subidos en sus Harley Davidson. Allí se pueden degustar unas deliciosas pitas y aceitunas para acompañar con mojitos, vinos y cervezas heladas mientras se contempla el atardecer ocre y hermoso de este paraje.

 Cala de Enmedio, Cabo de Gata

Playas como espejos

A las mejores calas de Cabo de Gata se llega después de un trekking intenso contemplando un paisaje árido pero inolvidable. La recompensa son lugares como la cala de Enmedio o la cala de San Pedro. La primera se encuentra muy cerca de la también conocida cala del Plomo. Ambas, muy próximas al municipio de Agua Amarga, contienen las playas más vírgenes y paradisíacas de todo el parque natural. Allí uno no se encuentra bañistas sino aventureros. Porque precisamente esa es la actitud que el viajero debe adoptar en Cabo de Gata: la de constante peripecia. Una hora aproximada de senderismo nos separa de esta cala con vegetación y manantial que abastecen a sus peculiares y solitarios habitantes. A lo largo del camino, vamos imaginando cómo serían esos calabozos que se instalaron en el castillo de San Pedro. Nos topamos con sus ruinas poco antes de acceder a la cala. Esta construcción del siglo XVI fue concebida para defender a la población de piratas berberiscos que, si eran capturados, acabarían entre barrotes.

Todas nuestras andanzas encuentran su cumbre –y nunca mejor dicho– en el mítico mirador de Las Sirenas. Desde allí se observa un arrecife con un ecosistema marino que contiene uno de los secretos más preciados de este lugar: la posidonia, una planta acuática que forma unas increíbles praderas submarinas. La despedida de Cabo de Gata debe ser aquí, en un acantilado en el que no es difícil imaginar a sirenas sumergidas.

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