Mansiones aristocráticas, frescos profanos, amor en estado puro, vinos de culto... En resumen, dos semanas para deleitarse con lo mejor del norte.
En el s. xvi, muchas familias venecianas se embarcaban en sus gabarras y pasaban el verano navegando por la Ribera del Brenta. Hoy se puede hacer algo parecido en esta ruta, que comienza con unos días en Venecia para sorprenderse con los frescos que Tiepolo pintó en la Villa Pisani Nazionale, visitar el Museo del Calzado de la Villa Foscarini Rossi y detenerse en la Villa Foscari de Palladio.
Los cruceros por la Riviera del Brenta terminan en Padua, donde se puede pernoctar con vistas a la Basilica di Sant’Antonio y admirar al día siguiente, previa reserva, la joya de la ciudad: los frescos de Giotto en la capilla de los Scrovegni.
La sexta jornada se toma el tren a Vicenza, donde el sol baña las imponentes fachadas de los palacios de Palladio e ilumina la Villa Valmarana ai Nani, cuyo interior está revestido con frescos de Giambattista y Giandomenico Tiepolo. Luego, se pasan tres o cuatro días en Verona.
Tras contemplar los Mantegnas de la Basilica di San Zeno Maggiore y las obras de la Galleria d’Arte Moderna Achille Forte, se puede asistir a la ópera en la Arena y recorrer las calles en las que Romeo enamoró a Julieta. La estancia en Verona se puede aprovechar para ir de excursión a Valpolicella y degustar el tinto Amarone de Giuseppe Quintarelli o para escaparse a Soave y catar sus blancos con denominación de origen en la Azienda Agricola Coffele.
El 11º día se pone rumbo a Mantua y su Palazzo Ducale, la residencia fortificada de los Gonzaga, que da muestra del poder de la aristocracia. No se puede concluir el viaje sin detenerse un par de días en Cremona. Alrededor de la Piazza del Comune se disponen unos 100 talleres de violines, de cuyo sonido se puede disfrutar en el Teatro Amilcare Ponchielli antes de ponerle el punto final a la ruta en Milán.