Conviene dedicar un par de días en la bonita Pollença paseando por su laberinto de callejones, empapándose de vida en la plaza y subiendo los 365 escalones hasta el Calvari; se aconseja que la visita coincida con el animado mercado dominical. Desde allí hay que ir a Cala Sant Vicenç, entre acantilados, para bañarse en calas de aguas turquesas y almorzar pescado fresco. Se sigue la vertiginosa carretera costera hasta el cabo de Formentor, con un faro en su extremo, y se regresa, dejando tiempo para bajar a pie hasta Cala Figuera. Si se es un forofo de los deportes acuáticos o se va con la familia, interesa pasar una noche o dos en Port de Pollença o Port d’Alcúdia. Si no, se va directo a Alcúdia, rodeada de una muralla medieval. Hacia el este, se puede llegar al poco conocido cabo de Pinar, una península de excepcional belleza bordeada de pinos, para disfrutar de excursiones costeras y del silencio en la impresionante playa de Coll Baix. Más al este, se pueden observar aves en los humedales del Parc Natural de S’Albufera antes de llegar a la tranquila Artà para gozar de deslumbrantes vistas desde su fortaleza y sumergirse en el pasado prehistórico de Mallorca.
El noreste
