Para recorrer los monasterios y las viejas poblaciones belgas se podrían aducir motivos culturales y fingir que las cervezas locales se prueban por puro compromiso.
Se empieza en Bruselas y se visita L’Arbre d’Or, la casa del gremio de cerveceros de la Grand Place. En la cervecería Cantillon se descubrirán las cervezas lambic y, en Malinas, la cerveza se convierte en profesora de historia en Het Anker.
En Flandes Occidental, dedicado al cultivo de lúpulo, hay que ir al mayor lugar de peregrinaje cervecero, la abadía Sint-Sixtus de Westvleteren, con sus trapenses únicas. Luego se puede comparar con la St-Bernardus Tripel que se sirve en Watou.
Lo ideal sería hacer coincidir la visita a Pipaix con el día que abre su cervecería a vapor. Luego se sigue por la zona rural de Botte du Hainaut, donde se elabora la trapense Chimay y donde está la cervecería Fagnes, en Mariembourg.
En el sureste hay un monasterio-cervecería en Orval y en Achouffe. De vuelta a Bruselas hay que parar en la abadía de Val-Dieu y probar la cerveza blanca de Hoegaarden.