Gracias a la ampliación de las rutas nacionales en avión, ahora es más rápido y fácil ir de las montañas a la ciudad y las playas.
Se empieza en Bangkok, donde se acabará por dominar el transporte público a la vez que se visitan los relucientes Wat Phra Kaew y Wat Pho, se exploran los centros comerciales y se sale de fiesta a lo grande. Perderse por la capital tiene más encanto del que podría parecer; p. ej., por las abarrotadas calles del Chinatown, donde se puede ver de todo, de lo más raro a lo más prodigioso.
Se toma un avión (o tren) a Chiang Mai, perfecta pasan unos buenos días entre cursos de cocina tailandesa, templos, charlas con los monjes y mercados. Cerca, por carretera, aguardan aldeas de las tribus de la montaña y centros con tirolinas para sobrevolar el bosque, sin olvidar las frescas tierras altas del Doi Suthep o el Doi Inthanon, los dos famosos picos del norte del país.
Un vuelo lleva directo de Chiang Mai a la tropical Ko Samui, en el sur, con resorts o bungalós de cinco estrellas y otros más modestos en tranquilos rincones de la isla junto al mar.
Se dedica una jornada al deshabitado Parque Nacional Marino de Ang Thong y después se para en la isla de Ko Pha-Ngan, a un corto trayecto en barca desde Ko Samui, donde se celebran las famosas fiestas de luna llena, o se huye del gentío para tumbarse plácidamente en una hamaca. Muy cerca queda la diminuta Ko Tao, epicentro de las escuelas de submarinismo de Tailandia, también con muchos arrecifes someros cerca de la costa para bucear con tubo.
Es hora ya de regresar a Samui para volar hasta el siguiente destino, o volver a Bangkok para hacer las últimas compras.