Aplastada por ejércitos invasores, intercambiada entre imperios y dividida y recompuesta en variedad de formatos: la historia de Croacia es más complicada que la de la mayoría de países. En este rincón del mundo, los ecos del pasado aún resuenan muy alto, tanto en lo artificial del ambiente como en cualquier debate serio sobre cómo afrontar el presente y el futuro.
Hace unos 30 000 años Croacia estuvo habitada por neandertales llegados a través de las montañas de Eslavonia. El Museo de Historia Natural de Croacia, en Zagreb, expone piezas de este período y el Museo de los Neandertales de Krapina la recrea. Al final de la última Edad de Hielo (hace 18 000 años) la especie moderna del género Homo se cobijaba en lugares como la cueva de Vela Spila, en la isla de Korčula.
Hacia el 1000 a.C. los ilirios ya dominaban la zona que hoy comprende Eslovenia, Croacia, Serbia, Kosovo, Montenegro y Albania. Se cree que el albanés actual, una lengua curiosa que no guarda relación alguna con otros idiomas, proviene del antiguo ilirio. Aquellas tribus, a menudo enfrentadas, levantaron fuertes cimeros y crearon joyas de ámbar y bronce para distinguirse entre sí. Con el tiempo fundaron una federación tribal poco definida.
Los ilirios lidiaron con los griegos, que fundaron colonias comerciales en la costa adriática en Epidaurus (la actual Cavtat) y Korčula en el s. VI a.C. y en las islas Vis y Hvar en el s. IV a.C. Entretanto, los celtas presionaban desde el norte.
En el s. III a.C. la reina Teuta de la tribu iliria de los ardiaei cometió el error estratégico de intentar conquistar varias colonias griegas. Los helenos, deshonrados, pidieron ayuda a Roma, que invadió la región y en el 168 a.C. derrotó a Gencio, el último rey de Iliria. Así, gradualmente, los ilirios se latinizaron.
Tras la derrota de Gencio, el sur de Iliria pasó a ser un protectorado romano independiente conocido como Illyricum. Más tarde se convirtió en una provincia romana mayor a medida que Roma ocupaba territorios del norte en lo que se conoció como las Guerras Panonias. En el año 9 d.C. Illyricum estaba dividida en dos provincias romanas: Panonia (la actual Eslovenia, norte de Croacia y Bosnia, y partes de Austria, Eslovaquia, Hungría y Serbia) y Dalmacia (el resto de la actual Croacia y Bosnia, Montenegro y partes de Albania y Serbia). La sede administrativa romana estaba en Salona (la actual Solin). Con la llegada de la paz, la prosperidad floreció en la región y ciudades como Iader (Zadar), Felix Arba (pueblo de Rab), Curicum (pueblo de Krk), Tarsaticae (Rijeka), Parentium (Poreč), Polensium (Pula) y Siscia (Sisak) se beneficiaron de todos los edificios romanos, tales como templos, baños y anfiteatros. Las calzadas romanas llegaban hasta los mares Egeo y Negro y el río Danubio, lo que facilitó el comercio y la expansión de su cultura y, más tarde, la rápida expansión del cristianismo.
Estas provincias incluso fueron la cuna de grandes personajes de la historia romana. Diocleciano, nacido cerca de Salona en el 244 d.C., fue un distinguido comandante del ejército antes de convertirse en emperador en el 285. Como gobernador, dividió el imperio en dos mitades administrativas, lo que supuso la semilla de la posterior división entre el Imperio romano de Oriente y el de Occidente. También se le recuerda como un infatigable perseguidor de cristianos. En el 305 se retiró a su señorial palacio costero, cerca de donde nació. Hoy el Palacio de Diocleciano, el mayor vestigio romano de Croacia, forma el corazón del casco antiguo de Split. Pero quien ríe último, ríe mejor, y los cristianos sacaron al difunto emperador de su mausoleo para convertirlo en catedral.
El cristianismo caló en la región desde el primer momento. En la Biblia san Pablo habla en su Carta a los Romanos (56 d.C.) de predicar en Illyricum, mientras en su segunda Carta a Timoteo declara que san Tito está en Dalmacia. Se pueden ver catacumbas paleocristianas debajo del monasterio ortodoxo serbio del Parque Nacional de Krka y se dice que Tito y hasta Pablo visitaron dicha comunidad. En el 313, dos años después de la muerte de Diocleciano, el emperador Constantino despenalizó el cristianismo y en el 380, bajo el gobierno de Teodosio el Grande, se convirtió en la única religión tolerada.
Teodosio fue el último emperador romano que gobernó el imperio unido. A su muerte, en el 395 d.C., el imperio estaba dividido en dos reinos, el oriental y el occidental. La línea divisoria atravesaba por la mitad el Montenegro de hoy en día, con lo que Croacia quedaba en la mitad oeste y Serbia en la oeste. La mitad oriental se convirtió en el Imperio bizantino, que perduró hasta 1453. El Imperio romano de Occidente sucumbió en el 476, tras las invasiones de varias tribus bárbaras, entre ellas los visigodos, los hunos y los lombardos. Los godos ocuparon Dalmacia hasta el 535, cuando fueron expulsados por el emperador bizantino Justiniano.
Tras la caída del Imperio romano de Occidente, varias tribus eslavas descendieron hacia el sur desde el norte de los Cárpatos. Más o menos hacia la misma época, los ávaros (un pueblo nómada centroasiático conocido por su brutalidad) incursionaron en el extremo balcánico del Imperio bizantino. Los ávaros arrasaron las antiguas ciudades romanas de Salona y Epidaurus, cuyos habitantes se refugiaron en el Palacio de Diocleciano y Ragusa (Dubrovnik), respectivamente. Más tarde avanzaron hasta la misma Constantinopla (Estambul), la poderosa capital de Bizancio, donde fueron aniquilados y pasaron a formar parte de la historia (“desvanecerse como los ávaros” es un popular dicho balcánico).
Todavía hoy se discute el papel que los eslavos desempeñaron en la derrota de los ávaros. Hay quien asegura que Bizancio recurrió a ellos para que ayudaran a frenar la invasión ávara, si bien otros piensan que sencillamente llenaron el vacío dejado cuando los ávaros desaparecieron. Sea como fuere, los eslavos se desplegaron rápidamente por los Balcanes, hasta llegar al Adriático a principios del s. VII.
Dos tribus eslavas estrechamente vinculadas se asentaron en la costa adriática y su territorio interior: los croatas y los serbios. Los croatas se instalaron en la zona más o menos equivalente a las actuales Croacia y Bosnia. En el s. VIII habían formado dos poderosos colectivos tribales, cada uno liderado por un knez (duque). El Ducado de Croacia comprendía casi toda la actual Dalmacia, partes de Montenegro y Bosnia occidental, mientras que el Ducado de Panonia incluía la actual Eslavonia, Zagorje y la zona que rodea Zagreb. Los bizantinos conservaron varias ciudades de la costa, entre ellas Zadar, Split y Dubrovnik, además de las islas Hvar y Krk.
Los francos de Carlomagno invadieron poco a poco Europa central desde el oeste. Tras la muerte de Carlomagno en el 814, los croatas panonios fracasaron en su rebelión contra los francos al no contar con la ayuda de los croatas dálmatas, y sus principales ciudades costeras continuaron bajo la influencia de Bizanzio. El mayor avance de los croatas se dio cuando el duque Branimir se rebeló contra el control bizantino y se ganó el reconocimiento del papa Juan VIII. Los croatas se acercaron más al Vaticano y el catolicismo se convirtió en parte de su identidad como nación.
Trpimir, que fue knez entre los años 845 y 864, está considerado el fundador de la original dinastía croata, aunque fue su nieto Tomislav el primero en sentarse en el trono como kralj (rey) en el 925 y unir Panonia y Dalmacia.
Pero los días de gloria duraron poco. Durante el s. XI los serbios, bizantinos y venecianos se impusieron en la costa dálmata y los nuevos adversarios, los húngaros, que venían del norte, avanzaron hacia Panonia. A Krešimir le sucedió Zvonimir y a este Stjepan, pero ninguno de ellos tuvo herederos. El rey Ladislao I de Hungría reclamó el trono en virtud de ser el hermano de la viuda de Zvonimir, la reina Elena de Hungría, y se las ingenió para hacerse con el control de una gran zona de Croacia del norte, si bien murió antes de que sus reivindicaciones en el sur se hicieran realidad.
Colomán, sobrino de Ladislao y su sucesor en el trono de Hungría, siguió con su empeño de ocupar el centro de Croacia. En el 1097 derrotó a su rival Petar Svačić, lo que supuso el fin de la era de reyes croatas de nacimiento. En 1102 Colomán impuso el Pacta conventa, que estipulaba que Hungría y Croacia eran entidades independientes gobernadas por la monarquía húngara. Pero en la práctica, aunque Croacia mantuvo un ban (virrey o gobernador) y un sabor (Parlamento), los húngaros marginaban a la nobleza croata. Bajo gobierno húngaro, Panonia pasó a ser conocida como Eslavonia y las localidades interiores de Zagreb, Vukovar y Varaždin se convirtieron en prósperos centros comerciales y culturales. En 1107 Colomán convenció a la nobleza dálmata de anexionar la costa a su reino; hacía tiempo que los reyes húngaros la codiciaban, ya que no disponían de salida al mar.
Al morir Colomán en 1116, Venecia lanzó nuevos ataques sobre Biograd y las islas Lošinj, Pag, Rab y Krk. Mientras tanto, Zadar había crecido hasta convertirse en la urbe dálmata más grande y próspera. En la década de 1190 consiguió rechazar dos expediciones navales venecianas. Pero en 1202 un vengativo dux veneciano pagó a los soldados de la Cuarta Cruzada para que saquearan Zadar, pese a la prohibición explícita del papa Inocencio III de que los cruzados atacaran estados cristianos. A este expolio le siguió el saqueo de Constantinopla, el gran baluarte del cristianismo de Oriente.
El Imperio mongol asoló el interior de Croacia en 1242, poco después de que el rey Bela IV de Hungría escapara y se refugiara en Trogir. Los venecianos aprovecharon el caos para consolidar su control de Zadar y, tras la muerte de Bela en 1270, se anexionaron Šibenik y Trogir.
El rey Ludovico (Luis) I de Hungría [1342-1382] restableció el control sobre el país y convenció a Venecia de que renunciara a Dalmacia. Pero nuevos conflictos surgieron a su muerte. La nobleza croata se unió alrededor de Ladislao de Nápoles, que fue coronado rey en Zadar en 1403. Como necesitaba dinero, Ladislao vendió Zadar a Venecia en 1409 por unos míseros 100 000 ducados y renunció a sus derechos sobre Dalmacia. A principios del s. XV, Venecia reforzó su control de la costa dálmata al sur de Zadar y así siguió hasta la invasión napoleónica de 1797. Solo los astutos habitantes de Ragusa conservaron su independencia.
Croacia tenía muchos frentes abiertos, pues los venecianos, los húngaros y otros pueblos intentaban hacerse con los vestigios del antiguo Estado croata, mientras otra amenaza acechaba por el este. Los turcos otomanos aparecieron en Anatolia a principios del s. XIV y rápidamente ocuparon los Balcanes.
Los serbios fueron derrotados en Kosovo Polje en 1389, una cruzada antiturca organizada a toda prisa fue sofocada en Hungría en 1396 y Bosnia fue invadida en 1463. Cuando los nobles croatas por fin se enfrentaron a los otomanos en 1493 en Krbavsko Polje, también perdieron.
A pesar de la repentina unidad mostrada por los nobles que aún quedaban, las ciudades cayeron una tras otra. La importante diócesis de Zagreb convirtió la catedral de Kaptol en una fortaleza, que permaneció intacta, pero la estratégica Knin cayó en 1521. Cinco años más tarde los otomanos se enfrentaron a los húngaros en Mohács y de nuevo la victoria les sonrió. Los turcos se cernieron sobre la costa del Adriático, pero nunca llegaron a conquistarla; Ragusa, por su parte, logró conservar la independencia.
Los ataques turcos en los Balcanes causaron estragos. Destruyeron pueblos y ciudades, esclavizaron y reclutaron a numerosos ciudadanos para la maquinaria bélica otomana e innumerables refugiados se dispersaron por la región.
Con los húngaros fuera, los croatas recurrieron a los austríacos para que les protegieran. El Imperio de los Habsburgo, con sede en Viena, se anexionó una estrecha franja de territorio alrededor de Zagreb, Karlovac y Varaždin. En un intento por defenderse de los otomanos, los Habsburgo mandaron construir la zona tapón conocida como Vojna Krajina (frontera militar). En esta región compuesta por una serie de fuertes al sur de Zagreb, un ejército permanente integrado mayormente por valacos y serbios hizo frente a los otomanos.
En 1593 el ejército de los Habsburgo, también con soldados croatas, consiguió derrotar a los turcos en Sisak. En 1699 los otomanos pidieron la paz por primera vez en Sremski Karlovci, lo que supuso el comienzo de la retirada turca del centro de Europa. Bosnia continuó en el Imperio otomano pero Venecia recuperó la costa, a excepción de una estrecha franja de tierra alrededor de Neum que permitía a los otomanos acceder al Adriático y hacía de amortiguador entre los territorios de Venecia y Ragusa.
Poco después los Habsburgo recuperaron Eslavonia, lo que amplió Krajina. En esta época se volvió a la estabilidad y se realizaron importantes avances agrícolas, si bien el idioma y la cultura croatas languidecieron.
El apoyo de los Habsburgo a la restauración de la monarquía francesa provocó que Napoleón invadiera los estados italianos de Austria en 1796. Una vez conquistada Venecia en 1797, Napoleón acordó ceder Dalmacia a Austria mediante el Tratado de Campo Formio a cambio de otras concesiones. Los croatas esperaban que Dalmacia se uniera a Eslavonia, pero los Habsburgo dejaron claro que los dos territorios mantendrían administraciones separadas.
El control austríaco de Dalmacia duró hasta que la victoria de Napoleón en 1805 sobre las fuerzas austríacas y prusianas en Austerlitz obligó a Austria a ceder la costa dálmata a Francia. Ragusa no tardó en rendirse a los franceses, que además conquistaron la bahía de Kotor, en el actual Montenegro. Napoleón bautizó las nuevas zonas como “provincias ilirias” y se puso rápidamente a reformar este territorio abandonado: implementó un programa de reforestación de las colinas desnudas, construyó carreteras y hospitales e introdujo nuevos cultivos; como casi toda la población era analfabeta, también se crearon escuelas primarias, secundarias y una universidad en Zadar. Aun así, el régimen francés nunca fue popular.
Tras la campaña rusa de Napoleón y la caída de su imperio, el Congreso de Viena de 1815 reconoció el derecho de Austria de anexionarse Dalmacia y puso al resto de Croacia bajo la jurisdicción de la provincia húngara de Austria. Para los dálmatas esto significaba un regreso al statu quo, pues los austríacos reinstauraron en el poder a la élite italiana de antaño, mientras que los húngaros impusieron su lengua y su cultura a la población croata del norte.
Tradicionalmente los dálmatas de clase alta hablaban italiano y la nobleza del norte de Croacia, alemán o húngaro, pero Napoleón, impulsado por el fervor ilustrado, había plantado la simiente para crear una conciencia de los eslavos del sur. Esta identidad compartida se manifestó con el tiempo en el Movimiento Ilirio de la década de 1830, centrado en la recuperación del idioma croata. El gran plan de Napoleón consistía en fomentar también la cultura serbia, pero Serbia permaneció bajo ocupación otomana.
La creación del primer periódico en ilirio en 1834, escrito en el dialecto de Zagreb, empujó al Sabor (Parlamento) croata a reclamar la enseñanza de las lenguas eslavas. Tras la revolución de 1848 en París, los húngaros empezaron a presionar para lograr cambios en el Imperio de los Habsburgo. Los croatas lo consideraron una oportunidad para recuperar cierto control y unificar Dalmacia, Krajina y Eslavonia. Los Habsburgo hicieron falsas promesas de apoyar los sentimientos croatas y nombraron ban (virrey o gobernador) de Croacia a Josip Jelačić. Este se apresuró en convocar elecciones, reivindicó un mandato y declaró la guerra a los agitadores húngaros para tratar de congraciarse con los Habsburgo, pero su petición de autonomía cayó en saco roto. Jelačić quedó inmortalizado en una postura marcial en el centro de Zagreb.
Después de 1848, el desencanto se apoderó de la población y aumentó en 1867 tras el nacimiento de la monarquía austrohúngara, que integró el norte de Croacia y Eslavonia bajo la administración de Hungría, mientras que Dalmacia siguió en manos de Austria. Los Habsburgo aniquilaron cualquier intento de autogobierno en Croacia.
El clima de malestar se materializó en dos corrientes que dominarían la escena política del siglo posterior. El antiguo Movimiento Ilirio se convirtió en el Partido Nacional, encabezado por el obispo Josip Juraj Strossmayer, que creía que los Habsburgo y los húngaros lo que querían era enfatizar las diferencias entre serbios y croatas y que solo a través del jugoslavenstvo podrían alcanzarse las aspiraciones de ambos pueblos. Strossmayer apoyó la lucha por la independencia de Serbia, pero fue más bien partidario de una entidad yugoslava (es decir, de los eslavos del sur) en el seno del Imperio austrohúngaro y no de su total independencia.
A diferencia del anterior, el Partido de los Derechos, liderado por el antiserbio Ante Starčević, soñaba con la idea de una Croacia independiente integrada por Eslavonia, Dalmacia, Krajina, Eslovenia, Istria y parte de Bosnia y Herzegovina. En aquella época la Iglesia ortodoxa alentaba a los serbios a formar un Estado fundamentado en su religión. Hasta el s. XIX los ortodoxos de Croacia se reconocían como valacos, morlacos, serbios, ortodoxos o incluso griegos, pero debido a los ataques de Starčević se desarrolló el sentimiento de una identidad serbia ortodoxa independiente en el seno de Croacia.
Siguiendo la máxima de “divide y vencerás”, el ban de Croacia, nombrado por los húngaros, favoreció descaradamente a los serbios y a la Iglesia ortodoxa, pero le salió el tiro por la culata. La primera resistencia organizada nació en Dalmacia. Los croatas de Rijeka y los serbios de Zadar se unieron en 1905 para exigir la unificación de Dalmacia y Eslavonia. El espíritu de unidad creció y hacia 1906 las coaliciones serbocroatas, que se habían forjado con los gobiernos locales de Dalmacia y Eslavonia, amenazaban la estructura de poder húngara.
Con el estallido de la I Guerra Mundial, Croacia parecía volver a ser un títere de las grandes potencias. Una delegación croata llamada Comité Yugoslavo convenció al Gobierno serbio para que fundara una monarquía parlamentaria que gobernara ambos países. Aunque muchos croatas no tuvieran claras las intenciones de los serbios, sí estaban seguros de las de los italianos, quienes no perdieron un segundo tras la guerra para adueñarse de Pula, Rijeka y Zadar. Así, los croatas eligieron unirse a la suerte de Serbia.
El Comité Yugoslavo se convirtió en el Consejo Nacional de los Eslovenos, Croatas y Serbios tras la caída del Imperio austrohúngaro en 1918. El Consejo rápidamente negoció la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos con sede en Belgrado (el complicado nombre se cambió por el de Reino de Yugoslavia en 1929). El reino de Montenegro, otrora independiente, también fue incorporado. El rey Nicolás I de Montenegro había escapado a Francia durante la guerra, pero los galos no le dejaron marchar, lo que supuso el fin de tres siglos de dinastía Petrović.
Los problemas internos empezaron casi desde el principio. Igual que bajo los Habsburgo, los croatas gozaban de escasa autonomía; además, las reformas monetarias beneficiaron a los serbios. A raíz de un acuerdo entre yugoslavos e italianos, los primeros cedieron Istria, Zadar y varias islas. La nueva Constitución abolió el Parlamento croata, centralizó el poder en Belgrado y en los nuevos distritos electorales los representantes croatas habían disminuido sensiblemente.
La oposición contra el nuevo régimen fue capitaneada por el croata Stjepan Radić, que apoyaba la idea de Yugoslavia pero más en plan federal. Su alianza con el serbio Svetozar Pribićević demostró ser una seria amenaza contra el régimen y fue asesinado en 1928. El rey Alejandro I de Yugoslavia aprovechó el ambiente de temor a una guerra civil y zanjó cualquier esperanza de cambio democrático con la instauración de una dictadura monárquica, que abolía los partidos políticos y el Parlamento. Mientras tanto, en la década de 1920 ganó empaque el Partido Comunista Yugoslavo del que Josip Broz Tito se convertiría en líder en 1937.
Un día después de la proclamación de la dictadura, el bosnio croata Ante Pavelić fundó en Zagreb el Movimiento de Liberación Croata de la Ustacha, inspirado en el ideario de Mussolini. Su objetivo consistía en crear un Estado independiente, incluso por la fuerza. Como tenía miedo de ser arrestado, primero huyó a Sofía, en Bulgaria, donde contactó con revolucionarios macedonios antiserbios. Luego se trasladó a Italia y estableció campos de entrenamiento para su organización bajo la mirada benevolente de Mussolini. En 1934 él y los macedonios asesinaron al rey Alejandro en Marsella. Italia respondió con el cierre de los campos y el encarcelamiento de Pavelić y de muchos de sus seguidores.
Cuando Alemania invadió Yugoslavia el 6 de abril de 1941, los alemanes y los italianos colocaron en el poder a los miembros exiliados de la Ustacha; los italianos esperaban así recuperar sus territorios en Dalmacia. En cuestión de días, el Nezavisna Država Hrvatska (NDH; Estado Independiente de Croacia), liderado por Pavelić, emitió una serie de decretos destinados a perseguir y a eliminar a los “enemigos” del régimen, velada referencia a los judíos, gitanos y serbios. Entre 1941 y 1945 la mayoría de la población judía fue retenida y enviada a campos de exterminio.
A los serbios no les fue mucho mejor. La Ustacha estipulaba “el exterminio de un tercio de los serbios, la expulsión de otro tercio y la conversión del tercio restante al catolicismo”, y así fue. Cada pueblo organizaba su pogromo contra los serbios y se crearon campos de exterminio, entre los que destacó el de Jasenovac (al sur de Zagreb), donde fueron asesinados serbios, judíos, gitanos y croatas antifascistas. El número exacto de víctimas serbias es incierto, aunque es probable que ascendiera a cientos de miles.
No todos los croatas apoyaron estas políticas y algunos incluso las denunciaron. El régimen de la Ustacha solo fue apoyado mayoritariamente en la región de Lika, al suroeste de Zagreb, y al oeste de Herzegovina. El acuerdo de Pavelić de ceder buena parte de Dalmacia a Italia hizo que la Ustacha apenas gozara de apoyo en esa zona. Y tampoco tuvo mucho soporte entre los intelectuales de Zagreb.
Aparecieron los chetniks, formaciones serbias de resistencia armada lideradas por el general Draža Mihailović. Los chetniks nacieron como una forma de rebelión antifascista, pero pronto empezaron los ataques contra la Ustacha y las represalias, con masacres de croatas en el este de Croacia y en Bosnia. Los partisanos de Liberación Nacional, dirigidos por Josip Broz, conocido como “Tito”, fueron las fuerzas más efectivas de la lucha antifascista. Estos partisanos, cuyas raíces bebían del proscrito Partido Comunista Yugoslavo, atrajeron a sufridos intelectuales yugoslavos, a croatas disgustados con las masacres de los chetniks, a serbios indignados con las matanzas de la Ustacha y a antifascistas en general. Obtuvieron un amplio apoyo popular gracias a su primer manifiesto, que preconizaba una Yugoslavia federal.
Aunque en un principio los Aliados respaldaban a los chetniks, pronto resultó obvio que los partisanos eran los verdaderos antinazis. Hacia 1943 la ayuda militar y diplomática de Winston Churchill y de otras potencias aliadas contribuyó al control partisano de gran parte de Croacia. A medida que conquistaban territorios, constituían gobiernos locales que posteriormente les facilitaron su transición al poder. El 20 de octubre de 1944 los partisanos entraron en Belgrado junto al Ejército Rojo. En 1945, con la rendición de Alemania, Pavelić y la Ustacha huyeron y los partisanos aparecieron en Zagreb.
Los que quedaban del ejército del NDH, en un último intento por no caer ante los partisanos, trataron de cruzar a Austria. Un reducido contingente británico se topó con una columna de tropas en retirada pero no aceptaron su rendición. Tras rendirse por fin a los partisanos se produjeron una serie de masacres que, junto a las inhumanas marchas a las que fueron obligados, se cobraron las vidas de miles de soldados del NDH y de partidarios de la Ustacha (más de 50 000 personas aunque el número exacto se desconoce).
El intento de Tito por quedarse con la ciudad italiana de Trieste y con partes del sur de Austria se tambaleó ante la oposición aliada. Pero Dalmacia y buena parte de Istria se convirtieron en partes inamovibles de la Yugoslavia de posguerra. Al fundar la República Federal Popular de Yugoslavia, Tito estaba decidido a crear un Estado en el que ningún grupo étnico dominara en lo político. Croacia, Macedonia, Serbia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina y Eslovenia fueron las seis repúblicas que constituyeron esta compacta federación. Tito logró este delicado equilibrio con la creación de un Estado de partido único y a base de eliminar rigurosamente toda oposición.
Durante la década de 1960 la concentración de poder en Belgrado se convirtió en un asunto cada vez más delicado, ya que resultó evidente que el dinero recaudado en Eslovenia y Croacia, las repúblicas más prósperas, se iba a las más pobres, la provincia autónoma de Kosovo y la república de Bosnia y Herzegovina. La situación fue aún más flagrante en Croacia, que veía cómo la riqueza que le reportaba su boyante industria turística se desviaba hacia Belgrado. Además, los serbios de Croacia tenían mayor representación en el Gobierno, el Ejército y la policía.
En Croacia el malestar alcanzó su clímax en la denominada Primavera Croata de 1971. Dirigidos por reformistas del Partido Comunista de Croacia, los intelectuales y estudiantes exigieron que se aflojaran los lazos de Croacia con Yugoslavia. Además de pedir una mayor autonomía económica y una reforma constitucional, esgrimieron sentimientos nacionalistas. Pero la respuesta de Tito fue restringir drásticamente la liberalización que gradualmente se había conseguido. Los serbios vieron en este cambio el resurgimiento de la Ustacha y los reformistas encarcelados culparon a los serbios de su situación. Se creó el marco perfecto para el posterior ascenso del nacionalismo y la guerra de la década de 1990.
A su muerte en mayo de 1980, Tito dejó una Yugoslavia inestable. Con la economía en un estado lamentable, una presidencia que se alternaba entre las seis repúblicas no pudo compensar la desaparición del líder. El Gobierno central perdió autoridad y la economía se hundió, con el consiguiente rebrote de la desconfianza, tanto tiempo reprimida, entre los diferentes grupos étnicos. En paralelo, el nacionalista Slobodan Milošević subía al poder en Serbia. En 1989 la represión de la mayoría albanesa en la provincia serbia de Kosovo provocó nuevos temores hacia una hegemonía serbia y precipitó el fin de la Federación Yugoslava. A remolque de los cambios políticos que vivía Europa del Este, Eslovenia, en su deseo de independencia, plantó cara a las crecientes provocaciones de Milošević. Para Croacia, quedarse en una Yugoslavia dominada por los serbios sin el contrapeso de Eslovenia era insostenible.
En las elecciones croatas celebradas en abril de 1990, Franjo Tuđman, de la Hrvatska Demokratska Zajednica (Unión Democrática Croata; HDZ), se hizo con el 40% de los votos, frente al 30% que consiguió el Partido Comunista, el cual contaba con la lealtad de la comunidad serbia y de los votantes de Istria y Rijeka. El 22 de diciembre de 1990 una nueva Constitución croata cambió el estatus de los serbios en Croacia, que pasaron de ser una “nación constituyente” a una minoría nacional.
La Constitución no garantizaba los derechos de las minorías y provocó despidos en masa de funcionarios serbios. Así pues, la comunidad serbia en Croacia, que ascendía a unos 600 000, empezó a exigir su autonomía. A principios de 1991, unos extremistas serbios orquestaron varios actos de provocación para que el ejército federal interviniera. El referéndum que se celebró en mayo de 1991 (boicoteado por los serbios) se saldó con un 93% de votos a favor de la independencia croata, pero cuando Croacia se declaró como nuevo Estado el 25 de junio del mismo año, el enclave serbio de Krajina se proclamó independiente de Croacia.
Presionada por la UE, Croacia declaró una moratoria de tres meses sobre su independencia, pero estallaron violentos enfrentamientos en Krajina, Baranja y Eslavonia. Se inició lo que los croatas denominan la Guerra de la Patria. El Ejército Popular Yugoslavo, dominado por los serbios, empezó a intervenir para apoyar a los irregulares serbios bajo el pretexto de detener la violencia étnica. Cuando el Gobierno croata ordenó el cierre de las instalaciones militares de los federales en Croacia, la Marina yugoslava bloqueó la costa del Adriático y sitió la estratégica ciudad de Vukovar, en el Danubio. Durante el verano de 1991 una cuarta parte del territorio croata cayó en manos de las milicias serbias y del Ejército Popular Yugoslavo.
A finales de 1991 el ejército federal y la milicia montenegrina atacaron Dubrovnik y el Palacio Presidencial en Zagreb fue bombardeado por cazas yugoslavos, al parecer en un intento de asesinar al presidente Tuđman. Cuando la moratoria de tres meses acabó, Croacia declaró su independencia total. Poco después, Vukovar cayó finalmente ante el ejército yugoslavo en uno de los ataques más sangrientos. Durante seis meses de enfrentamientos murieron 10 000 personas, cientos de miles huyeron y decenas de miles de hogares fueron destruidos.
El alto el fuego del 3 de enero de 1992, negociado por la ONU, fue ampliamente respetado. Se permitió al ejército federal retirarse de sus bases en el interior de Croacia y las tensiones disminuyeron. A su vez, la UE, ante las presiones de Alemania, reconoció a Croacia, hecho que fue secundado por EE UU. En mayo de 1992 Croacia fue admitida en la ONU.
El plan de paz de la UE en Krajina pretendía promover el desarme de las formaciones paramilitares serbias, la repatriación de los refugiados y la devolución de la región a Croacia. En cambio, solo afianzó la situación existente. En enero de 1993 la repentina ofensiva de los croatas en el sur de Krajina hizo retroceder a los serbios en algunas zonas y puntos estratégicos. En junio de 1993 los serbios de Krajina votaron abrumadoramente para unirse a los serbios de Bosnia, con la esperanza de que al final fueran anexionados a la Gran Serbia. Una expulsión en masa obligó a marcharse a los croatas que quedaban en Krajina.
Entretanto, en la vecina Bosnia y Herzegovina los croatas y los musulmanes bosnios se habían unido al principio ante los avances serbios. Sin embargo, en 1993 empezaron las disputas entre los dos grupos. Las fuerzas croatas de Bosnia fueron responsables de varias atrocidades en suelo bosnio, a destacar las masacres de civiles, la destrucción de mezquitas y la archiconocida voladura del antiguo puente de Mostar. Las hostilidades acabaron cuando en 1994 EE UU promovió la creación de la federación croata-musulmana, mientras el mundo contemplaba horrorizado el asedio serbio a Sarajevo.
Mientras tenían lugar estos acontecimientos en Bosnia y Herzegovina, el Gobierno croata empezó a adquirir armas en el extranjero. El 1 de mayo de 1995 el Ejército y la policía croatas entraron en la ocupada Eslavonia occidental, al este de Zagreb, y en pocos días se hicieron con la región. Los serbios de Krajina respondieron con el bombardeo de Zagreb en un ataque que se cobró siete muertos y 130 heridos. A medida que los croatas afianzaban sus posiciones en Eslavonia occidental, unos 15 000 serbios escapaban de la región pese a las garantías del Gobierno croata.
El mutismo de Belgrado durante esta campaña evidenció que los serbios de Krajina habían perdido el apoyo de sus patrocinadores serbios, lo que alentó a los croatas a avanzar rápidamente. El 4 de agosto el ejército croata lanzó un ataque contra la capital serbia rebelde de Knin. La operación militar duró pocos días, pero fue seguida de varios meses de terror, con el incendio de pueblos serbios.
En los Acuerdos de Paz de Dayton, firmados en París en diciembre de 1995, se reconocían las fronteras tradicionales de Croacia y se estipulaba la devolución de la Eslavonia oriental. La transición fue bastante tranquila, pero sus dos comunidades aún se observan con suspicacia y hostilidad.
Croacia recobró cierta estabilidad. Una cláusula clave del acuerdo era la garantía por parte del Gobierno croata de facilitar el regreso de los refugiados serbios y, pese a que el ejecutivo de Zagreb convirtió este aspecto en una prioridad según la petición de la comunidad internacional, sus esfuerzos a menudo se han visto trastocados por el intento de las autoridades locales por conservar su singularidad étnica. El censo más reciente (2011) expone que el 4,4% de la población es serbia, un poco inferior al de 10 años antes y menos de un tercio de los que había en 1991.
En el 2012 los croatas votaron su adhesión a la UE que se hizo efectiva en el 2013. En febrero del 2015 Kolinda Grabar-Kitarović sucedió a Ivo Josipović, convirtiéndose en la primera mujer en asumir la presidencia de Croacia.